Dicen que esta vez no fue “ella”, sino Máximo. El príncipe heredero. El dueño de la nueva generación de esa familia tan particular que ha hecho del conflicto su principal herramienta de poder. Mientras todos hacían cuentas sobre cuánto debía girar el gobierno nacional para darle a la Policía Bonaerense un aumento imprescindible, mientras se evaluaba si había que darle a la maquinita de imprimir o si convenía compensarlo con algún recorte en otro lugar del presupuesto, el silencioso Máximo Kirchner ofreció la salida de la viveza “kriolla”: que a la cuenta la pague “El Pelado”.
Horacio Rodríguez Larreta se enteró cinco minutos antes del anuncio. Justo un rato después de mostrar su solidaridad con el presidente Alberto Fernández por la manifestación de policías alrededor de la Quinta de Olivos. En realidad, casi toda la oposición se había mostrado sensible ante esa imagen. Ni hablar de los intendentes de Juntos por el Cambio, que acudieron a Olivos pensando que estaban defendiendo la democracia y se encontraron con un manotazo de ahogado sobre ellos mismos. Así es: los intendentes de la oposición acabaron entrampados en una escena insólita, de la que apenas lograron zafar por la cobertura de sus barbijos, que disimulaban sus rostros de estupor.
La idea original, por supuesto, es de la cepa de Cristina. La vicepresidenta lleva meses machacando con la idea de que los porteños “ostentosos” son los malos de la película. En marzo ya se hablaba de que le iban a quitar a la Ciudad una parte de los impuestos que se reparten entre todas las provincias. Pero el coronavirus suspendió todo, también ese plan. Desde que se inició la cuarentena, Alberto y Horacio no habían vuelto a hablar del tema. Hasta ayer. Lo que está en juego son entre 30 y 35 mil millones de pesos. Alberto quiere pagar el aumento de los bonaerenses con los recursos de la Ciudad. El ABL de los porteños tiembla.
La salida del problema es, por cierto, tramposa. El gobierno de Alberto (o de Cristina) tenía un conflicto y ahora tiene dos. Uno con los policías y otro con la Ciudad. El príncipe heredero lo sabe, pero ha aprendido. Nadie como ellos para moverse en aguas turbulentas. Es como el jugador rústico que prefiere lío en el área, goles con la mano, patadas a destiempo, tumultos en media cancha. Las soluciones líricas, para ellos, no cuentan. Cuentan con que la tribuna agite las banderas al grito de huevo, huevo. Veremos quién gana cuando suene el silbato.
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